El ascenso del fútbol femenino en Colombia: más que un deporte, un movimiento social
En la última década, el fútbol femenino en Colombia ha pasado de ser una expresión marginal a consolidarse como un fenómeno deportivo, mediático y cultural. Desde los éxitos de la selección nacional en torneos internacionales hasta el aumento de escuelas de formación para niñas en barrios de Bogotá, Medellín y Barranquilla, el crecimiento ha sido sostenido y profundo. Hoy, hablar de fútbol en Colombia también es hablar de mujeres que entrenan, compiten y transforman sus comunidades a través del deporte.
El impulso más visible llegó en 2022, cuando la Selección Colombia Femenina Sub-17 logró el subcampeonato del mundo, un hecho inédito que fue seguido por millones de personas en el país. Ese momento sembró un cambio de percepción: dejó de verse al fútbol femenino como una actividad secundaria o recreativa, y comenzó a valorarse como una disciplina profesional con futuro, proyección y gran capacidad de convocatoria.
Entrenadoras y formadoras se han capacitado para crear espacios seguros, libres de discriminación, donde las niñas puedan desarrollarse con confianza.
Desde entonces, la Liga Profesional Femenina ha crecido en estructura, patrocinio y nivel técnico. En 2025, más de 20 equipos compiten con plantillas estables, procesos de formación interna y cuerpos técnicos especializados. Clubes como América de Cali, Independiente Santa Fe y Atlético Nacional han invertido de forma paralela en sus escuadras femeninas, generando una estructura de doble vía donde el fútbol femenino no es complemento, sino parte esencial del proyecto deportivo.
En Bogotá, varias localidades han desarrollado procesos comunitarios enfocados exclusivamente en niñas y adolescentes. Canchas como las de La Victoria (San Cristóbal), La Palestina (Bosa) o El Tintal (Kennedy) ahora son escenarios de torneos femeninos, ligas barriales e incluso festivales escolares. Entrenadoras y formadoras se han capacitado para crear espacios seguros, libres de discriminación, donde las niñas puedan desarrollarse con confianza. Estos escenarios no solo fomentan la práctica deportiva, sino que también fortalecen el liderazgo, la autonomía y la autoestima desde temprana edad.
Además del crecimiento competitivo, el fútbol femenino ha demostrado un enorme poder de transformación social. Muchas niñas que entrenan en canchas de cemento o en campos improvisados están encontrando en el deporte una herramienta para salir de contextos difíciles. En sectores vulnerables, proyectos liderados por fundaciones, juntas de acción comunal o escuelas privadas están cambiando historias personales a través del balón.
A nivel de infraestructura, se ha empezado a notar una reorganización de horarios y disponibilidad de canchas sintéticas que antes estaban ocupadas casi exclusivamente por equipos masculinos. Hoy, los centros deportivos que ofrecen alquiler de canchas en Bogotá, Medellín y Cali ya tienen horas asignadas exclusivamente a procesos femeninos, demostrando que la demanda está creciendo y que el mercado se está adaptando.
En plataformas digitales también se nota el impacto. Cuentas de redes sociales enfocadas en fútbol femenino han aumentado su audiencia de forma significativa, y medios como Win Sports, ESPN y El Espectador han comenzado a dedicar espacios editoriales fijos para cubrir torneos, historias de vida y resultados. Las búsquedas relacionadas con “academias de fútbol para niñas”, “torneos femeninos Bogotá” o “equipos femeninos sub-15” han incrementado su frecuencia, reflejando una mayor intención de participación por parte de familias y comunidades.
Desde lo institucional, la Federación Colombiana de Fútbol y la Dimayor han comenzado a revisar normativas para garantizar mejores condiciones salariales, mayor duración en los torneos y exigencias de inversión mínima a los clubes. Si bien aún queda un camino largo en materia de equidad y sostenibilidad, el paso de liga corta a torneos anuales ya representa un avance.
El fútbol femenino en Colombia no es una moda. Es un cambio estructural que impacta la cultura deportiva, la economía del entretenimiento y las dinámicas de inclusión social. Cada vez más niñas sueñan con ser futbolistas profesionales, y cada vez más padres acompañan ese sueño con orgullo. El balón ahora también rueda en sus pies, y su historia apenas comienza.